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LA VIVIENDA MÍNIMA: UN CONCEPTO EN PERMANENTE DISCUSIÓN

by Carlos Arcos Jácome

carlos794david@hotmail.com


Dentro de los tantos temas tratados en tiempos de cuarentena, uno de los que más ha estado presente ha sido la importancia de nuestra vivienda como refugio, frontera personal o habitáculo de seguridad. Este tema se ha manifestado de distintas maneras; desde los realmente válidos y objetivos artículos académicos, hasta las triviales publicaciones burlescas a modo de “te lo dije”, dedicadas a la sociedad de parte de algunos ilustres representantes del gremio arquitectónico (vaya cosa rara, arquitectura y egocentrismo juntos otra vez). En definitiva, sea cual sea la forma en que este tema se presente, lo cierto es que la problemática está ahí, y hoy se encuentra más evidente que nunca. Sin embargo, es necesario aclarar que, como todas las crisis, la actual no ha hecho otra cosa que resaltar un problema que siempre estuvo ahí, y que, de ninguna manera corresponde a un asunto inmediato, sino que se trata de el inevitable resultado de consecutivas y erráticas decisiones tomadas en el pasado. Ante esta verdad incómoda, reflejada en el anhelo diario de al menos por un segundo sacar la cabeza por la ventana en búsqueda de aire puro, es momento de preguntarse ¿cuáles son las características mínimas de habitabilidad que una vivienda debería tener? Una vez más nos apoyaremos en la historia y la teoría para procurar con objetividad una posible respuesta.

“The primitive hut”, dibujo realizado por Viollet le Duc en su libro Dictionnaire raisonné de l’architecture.

Es probable que el origen de la vivienda mínima se remita a millones de años atrás, cuando un homínido, en su afán de sobrevivir, se introdujo en un agujero de una montaña y lo consideró suficiente para protegerse de los peligros de la naturaleza. Así también, con ingenio, y unas cuantas ramas bien elegidas, pudo construirse el objeto más antropocéntrico posible, la vivienda humana. Siempre presente la naturaleza, como catalizadora del desarrollo de sus destrezas, y como proveedora de sus insumos y herramientas. Lastimosamente, ante la nada prolija tecnología de aquellas épocas, sus testimonios escapan de nuestro alcance. De todas formas, hemos de conformarnos con registros de épocas un poco más modernas. Nos remontaremos a las primeras décadas del siglo XX, tiempo en el que se empezó a abordar el tema de la vivienda mínima de un modo un poco más racional que el de nuestro homínido antepasado.

El Segundo Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, II CIAM, llevado a cabo en Frankfurt en 1929, fue el primer diálogo internacional que registra haber tratado el tema. Se buscaba definir la ‘vivienda mínima’, ya que se la consideraba la base para cambiar el modo de vida, y así alcanzar lo que en la época denominaban una ‘vida moderna’. La vivienda mínima como pieza clave para otorgar dignidad a todo ser humano. A partir de este primer registro el concepto ha sido cuestionado, modificado y representado de múltiples maneras. Existen interesantes ejemplos, entre los más destacables podemos mencionar:


“The Cushicle and Suitaloon”, proyectos de diseño conceptual, realizado por Michael Webb.
  • El proyecto presentado por Michael Webb (uno de los fundadores del emblemático Achigram), cápsula habitacional móvil, conformado por dos partes, el Cushicle y el Suitaloon, cuyo objetivo era generar un cambio de paradigma en tiempos de posguerra, siendo este habitáculo, representación de una sociedad más transparente.

  • Las cupulas que conformaron la “Drop City” asentada en Colorado, cerca de los años 70s. Inspirados por la cúpula geodésica del visionario Buckminster Fuller, construyeron de manera autónoma, las que serían las primeras cúpulas con fines domésticos de la historia.

  • Le Cabanon, cabaña a la que Le Corbusier solía referirse como “mi castillo de 3,66 metros por 3, 66 metros”. Basado en un sistema de medidas directamente relacionado a las dimensiones del cuerpo humano. Se la considera un resumen de la denominada “máquina de vivir” acuñada por el mismo autor.

  • El Loftcube Projet de Werner Aisslinger. Vivienda mínima pensada para ubicarse sobre las cubiertas de las edificaciones urbanas. Gracias a sus paneles móviles puede convertirse en un espacio totalmente diáfano y versátil.

  • La Casa Parásito de El Sindicato Arquitectura. Sobresaliente representante local (nominado a obra del año 2020 por la plataforma de difusión arquitectónica más importante del mundo), presenta similares características con el ejemplo anterior, y mostrando aún mayor ingenio, se conecta a las redes de electricidad, agua potable y saneamiento de la edificación sobre la que se ubica, reduciendo al mínimo sus costos de inversión.


(ARRIBA) Loftcube Project, proyecto realizado por Werner Aisslinger. Fotografía por Interpane; (ABAJO) Casa Parásito, proyecto realizado por El Sindicato Arquitectura. Fotografía por Andrés Villota.

Todos los espacios, eficientemente moldeados en beneficio de quien los habita. Pero ¿qué hacer si la necesidad de vivienda mínima se presenta masivamente? Las soluciones no han sido las mejores, puesto que es precisamente este escenario de carencia colectiva el que ha generado un punto de inflexión en el entendimiento de la vivienda mínima. Al presentar la necesidad de repetirse tantas veces como la demanda lo requiera, resulta malentendiéndose como la simple proporción de cuatro paredes y un techo. Dejando de lado el cumplimiento de los requisitos cualitativos y enfocándose solamente en los cuantitativos. Todo esto desencadena en un lado de la moneda bastante lamentable. Un lado que, muchas veces, es intencionalmente confundido con vivienda de ‘interés social’, en favor de generar un discurso buenista. 


La vivienda mínima está muy alejada de discursos inmorales, todo lo contrario, siempre ha sido representación una lucha constante llevada a cabo por cientos de años, priorizando la habitabilidad contra los fines netamente económicos promulgados por la gran mayoría de oportunistas dentro del mercado inmobiliario. Desgraciadamente, los ejemplos de este lado de la moneda abundan, proporcionando deplorables soluciones a una problemática aún más agravada por la sobrepoblación. Es el caso de Hong Kong y sus “casas ataúd”, espacios de 1,5m2 de área, fabricados en malla metálica, solamente comparables con los distópicos departamentos para robots, imaginados por Matt Groening. Así mismo, occidente no se queda atrás, siendo ejemplo de esto, las casas colmena en España, proyecto que bajo el argumento de no ser “pensado con fines económicos, sino más bien con fines sociales”, ofertan habitáculos de 3 m2 por 200 euros al mes.


(IZQUIERDA) Casas ataúd. Fotografía por Brian Cassey; (DERECHA) Departamento de Bender, escena tomada del capítulo “I, Roommate” de la primera temporada de la serie animada “Futurama” creada por Matt Greoning.

Este precedente nos invita a todos a resignificar la vivienda mínima. Entendiéndola como un espacio con características de habitabilidad suficientemente óptimas para otorgar una vida digna a quien la habita. Es responsabilidad de las academias hacer nuevos planteamientos para cambiar los paradigmas obsoletos a los que actualmente nos regimos. Para empezar con esto, es necesario que el problema sea abordado desde la interdisciplinariedad. Las leyes son necesarias para que estas tragedias no ocurran, una normativa de construcción que considere factores de habitabilidad antes que el simple cumplimiento de dimensiones mínimas. Todo ha sido visto como una medida mínima, un tamaño mínimo, un ancho mínimo, existiendo poca o nula consciencia de que para una habitabilidad digna es necesario el entendimiento del ser humano en el espacio, el reconocimiento del hogar como nuestro refugio, como aquella atmosfera personal que ha sido hecha para proporcionarnos una sensación de confort óptima. Dejando de lado las cuestiones estéticas, son las cuestiones legales y políticas las que deben trabajar hombro a hombro con un gremio arquitectónico que cuando es consciente de que sirve a la sociedad (aplican restricciones ante inmobiliarias inmorales), coloca todo su ingenio sobre la mesa, con el propósito de brindar una vida digna para la ciudadanía.


La Organización de las Naciones Unidas, ONU, menciona entre sus objetivos de desarrollo sostenible, asegurar el acceso a la vivienda para el 2030. Aunque los ODS han sido constantemente cuestionados, en este caso permiten evidenciar que el derecho a una vivienda mínima es indispensable para un mejor futuro. Sin embargo, como hemos visto, la verdadera reflexión está en cómo debemos definir a la ‘vivienda mínima’. Entendiéndola como un objeto que no por ser austero, debe regirse a ahorrar tanto dinero como sea posible al momento de construirla. Solamente habiendo reflexionado lo suficiente y teniendo clara su definición, nuestros pasos serán menos erráticos al momento de pasar a la praxis.


Una vivienda mínima no debe ser considerada sinónimo de precariedad, así como una vivienda amplia no debería considerarse sinónimo de calidad de vida. Inducida relación sustantivo-adjetivo cuyo cambio es solamente posible a través de una dura crítica hacia el actual estado de las cosas. Al final, la realidad que habitamos no es más que el discurso que más nos repitieron, hasta que la gran mayoría de nosotros terminó aceptándola como verdad absoluta. Sin embargo, la crítica de unos cuantos pensadores siempre ha estado ahí, siendo uno de ellos Da Vinci, quien decía que “las pequeñas habitaciones y refugios disciplinan la mente, mientras que las grandes la debilitan”, proporcionando validez a un espacio que, con cumplir eficientemente las características de habitabilidad, es ya el refugio ideal. Así también, Rousseau consideraba que solamente una vez que sea definida la vivienda mínima, era posible tener un modelo del cual la disciplina podía partir para la concepción de espacios más complejos.


En fin, mucho que discutir, y poco espacio para escribir, por lo que será mejor dar por “terminado” el tema, del modo que lo hace la filosofía. No por medio de una respuesta definitiva, sino por medio de una infinita sucesión de preguntas que nos obligue a no terminar de discutir nunca el tema. Solamente así estaremos seguros de que el desenlace no será una respuesta imperfecta, sino un reiterativo y prometedor “¿por qué?” que no dejará en manos de nadie, la verdad absoluta que regirá nuestro modo de habitar.  Digno “final” para un tema tan trascendental.


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