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HABITAR LA PANDEMIA: EL ROL DE LA ARQUITECTURA

by Carlos Arcos Jácome

carlos794david@hotmail.com



La relación entre el espacio arquitectónico y quienes lo habitan ha sido constante tema de discusión a lo largo de la historia. Actualmente, la relevancia de las problemáticas que se han evidenciado a causa de la crisis provocada por el COVID-19, hace voltear nuestra atención una vez más a este ineludible tema. Prueba de ello son las múltiples discusiones con las que hemos sido bombardeados estas semanas. Lamentablemente, la mayor parte de estas discusiones están limitadas a tratar lo inmediato o lo casuístico, lo cual obliga a replantearse una mejor manera para abordar el tema.


Basados en lo aprendido por los padres de la filosofía, quienes dedicaron sus vidas a cuestionarse acerca de temas eternos y atemporales, permite vislumbrar que la mejor manera de ocupar nuestro tiempo es, precisamente, abordando un tema ampliamente más importante, uno que siempre ha estado allí, y que se ha visto más evidenciado que nunca desde que los primeros casos de aislamiento tuvieron lugar. Me refiero a la eterna relación entre el espacio arquitectónico y el ser humano. Tema que justamente por ser atemporal, permite ser abordado tanto con hechos históricos como con sucesos contemporáneos.


Parto de sucesos del pasado en los que, al igual que hoy, las plagas han sido una pieza clave para evidenciar problemáticas y marcar nuevos rumbos para la arquitectura y el modo de relacionarse con el espacio. Y es que las enfermedades no son exclusividad del presente, han estado siempre entre nosotros. Uno de los mejores ejemplos es la crisis provocada por la gripe española en 1918, acontecimiento que, junto con otros factores, determinaron una eventual obsesión por la protección del medio ambiente y, años más tarde, una aspiración colectiva por una arquitectura de condiciones suficientemente dignas como para garantizar espacios saludables para el ser humano. Una arquitectura de correcta ventilación, iluminación, y selección de materiales.


Retomando el presente, en búsqueda de entender la eterna relación entre el espacio y el ser humano, lo primero que amerita ser analizado es cómo la sociedad ha enfrentado la compleja tarea de generar espacios adecuados para habitar en tiempos de pandemia. Para lo cual, previamente, es necesario entender que no todas las “buenas intenciones” son realmente útiles, y que una ciega aceptación de las mismas puede desencadenar en que estas terminen siendo no más que simples parches mal cosidos sobre este metafórico manto representado en la realidad por los tantos actos individuales y colectivos necesarios para salvaguardar nuestras vidas. Algunos ejemplos de esto se han presentado alrededor de todo el planeta, siendo algunos, a la vez, un mensaje inconsciente de la sociedad para la sociedad.


Uno de los casos más emblemáticos es la ayuda ofrecida por el gobierno de Estados Unidos, a las personas “sin techo” que residen en Las Vegas. La ayuda consistía en la proporción de un aparcamiento descubierto en el que podrían dormir alejados entre sí, a una distancia mayor a un metro. Acto que desencadenó la indignación colectiva, considerando que pudieron haber sido ocupados los cientos de hoteles actualmente en desuso.


Un segundo caso interesante es el propuesto por los arquitectos alemanes de Opposite Office, quienes sugieren que, a causa de que los aeropuertos dejaron de ser útiles por la suspensión de vuelos, así como por las grandes dimensiones que comúnmente poseen, el mejor uso que se les puede dar es como lugar de confinamiento.

Por supuesto, Ecuador no es la excepción, puesto que en el coliseo del parque Samanes ubicado en Guayaquil, serán instaladas cerca de 250 camas para atender posibles emergencias provocadas por el COVID-19.


En definitiva, aunque las buenas intenciones sobren y se vean reflejadas en adaptaciones provisionales dentro de determinados espacios arquitectónicos, es necesario aclarar que, aunque cueste aceptarlo, muchas de estas “bondades” no son más que el reflejo de una sociedad que no busca proteger, sino separar al “otro”. Sin embargo, dejando de lado el moralismo, lo realmente grave es que la mayor parte de lugares propuestos para el confinamiento son espacios abiertos, versátiles, flexibles. Ante lo cual cabe preguntarse ¿Es realmente adecuado este tipo de espacio?



Marta Parra, arquitecta especializada en centros sanitarios, asegura que este tipo de espacio es útil para cualquier otro tipo de emergencia, pero cuando se trata de pandemias de contagio como la del COVID-19, sus efectos son más bien perjudiciales, puesto que no se garantiza un adecuado aislamiento entre pacientes, al estar todos respirando el mismo aire. Menciona además que, al tratarse de un espacio hostil, el estado anímico del paciente también puede verse afectado. Concluye señalando que los espacios realmente adecuados son: hoteles, escuelas, residencias, etc. ya que estos tipos de espacios facilitan el aislamiento entre habitación y habitación, y evita que el aire sea compartido entre los pacientes. Un ejemplo de esto es el resort Asilomar en California, obra de la famosa arquitecta Julia Morgan, quien ha demostrado la importancia de la calidad en la arquitectura. Después de cerca de 90 años de haber diseñado estas edificaciones, gracias a su buena iluminación, ventilación natural adecuada, sistemas de climatización independientes y una selección de materiales fáciles de limpiar, es ahora considerado un espacio de perfectas condiciones para la recuperación de un paciente.


Y cuando el virus sea aplacado y el confinamiento termine, ¿qué nos espera?

El COVID-19 ha evidenciado variedad de problemáticas ¿Es sensato creer que cuando esta crisis llegue a su fin, las problemáticas también lo harán? Es decir, muerto el perro se acaba la rabia ¡Definitivamente no! Sería muy inconsciente, de parte de todos, esperar a que los problemas eventualmente desaparezcan, por lo que es necesario llevar esta discusión más allá. Precisamente hacia el espacio que más influencia tiene sobre nosotros, la casa.


Entre las tantas tareas que nos quedan cuando todo este proceso acabe, sin duda, una de las más importantes es reinventar las formas de entender a la casa. Esto, por supuesto, no es tarea exclusiva de los profesionales afines al tema, más bien se trata de una tarea pendiente para toda la sociedad. La eliminación de prejuicios y la generación de nuevos paradigmas implica una renovación de nuestra idiosincrasia. Un ejemplo de esta necesidad de cambio es que, justamente el tantas veces criticado Cohousing, se ha perfilado como la mejor solución para una vida como la que estamos experimentando. El Cohousing, modelo de vivienda colaborativa que, sin necesidad de quitar privacidad a sus habitantes, ofrece espacios comunitarios generosos y bien equipados. Es decir, respeta la vivienda privada, y además proporciona espacios que serían económicamente inaccesibles para una familia independiente. Los espacios comunitarios son comúnmente patios, balcones, terrazas, jardines, huertos urbanos, entre otros.


Estos espacios tan apetecidos, especialmente en las actuales circunstancias, nos llevan a pensar en la vivienda como un objeto en el que merece la pena invertir. Sobre todo, si se toma como punto de partida lo señalado por Mies Van der Rohe, quién decía que la arquitectura es el verdadero campo de batalla del espíritu. No nos queda duda de que, hoy por hoy, la mayor parte de personas ve a su propia casa como defectuosa, sino, al menos mejorable en muchos aspectos. Por lo tanto, es momento de pensar en la vivienda como un objeto que, por medio de reflexión y el ingenio, no suponga un deterioro en su calidad y habitabilidad, a causa de un costo asequible para quienes la habiten. Sin duda, este es un tema que implica un artículo completo, sin embargo, la tarea está dada. Tarea que, dicho sea de paso, al requerir principalmente de pensamientos y debates, no le es necesario esperar a que el periodo de aislamiento concluya, para iniciarse. De todas formas, si la introspección nos es tarea imposible, podemos evaluar un segundo método, quizá más irónicamente estimulante, más divertido, pero también más trágico. A través de las ilustraciones de Heath Robinson y su colección “How to live in a flat”, de las cuales podemos servirnos, entendiéndolas voluntariamente como un presagio o quizá un “manual de instrucciones”, para una sociedad que nunca se detuvo a pensar su relación con el espacio, para una sociedad que no despertó jamás.


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