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El espacio como arma de identidad

Autor: Carlos David Arcos Jácome


SINOPSIS

¿Será que los prejuicios raciales de la sociedad influyen en nuestra profesión? O, ¿será que la arquitectura puede ser el arma con el que podemos defender la identidad latinoamericana?


El presente artículo parte de un desafortunado encuentro que pone en evidencia la facilidad con la que la sociedad puede “borronear” nuestra identidad, contribuyendo a la generalización y reducción de la población en un simple individuo y sus dimensiones. Así como también se expone a la arquitectura como un medio para poder recuperar la sabiduría de nuestros ancestros.


Acompañado de reveladoras reflexiones, hemos de contribuir a la profesión, alejándola de la banal y ciega repetición de modelos ajenos a nuestro contexto. Así se podrá evitar, al final del día, aquella vergonzosa tarea de borronear esas “imperfecciones” que hacen lucir a nuestras edificaciones, menos puras, regulares, y relucientes.



Me permito iniciar este artículo de un modo un poco distinto y quizá ajeno al carácter natural del estilo que pretendo otorgar a los semejantes. Anecdóticamente, en días anteriores me hallaba en la tarea autoinducida de leer textos de personas que, muy seguramente, escriben mejor que yo (de quienes, en honor a la verdad, admito que a veces repito pensamientos con el afán de lucir ligeramente menos ingenuo al mundo), tropecé con una tesis de curioso nombre. “La huella invertida…” decían las palabras iniciales del título, y su autor era Francois Laso. Indagué un poco y encontré en su interior imágenes relativas al siglo anterior, en mi ciudad, Quito.


Estas antiguas fotografías capturadas por José Domingo Laso, junto a un texto explicativo visibilizaron el cinismo de la sociedad quiteña de aquel entonces. En ellas se apreciaban borrones sobre espacios que, más tarde comprendí, habían sido ocupados por personas indígenas. Con este amargo descubrimiento reflexioné que, si bien es un dato revelador, las motivaciones que probablemente lo provocaron, no están muy alejadas de las que aún se experimentan en la actualidad. Pues, con lamento, recuerdo que comparto, entre otras cosas, territorio, aire, y acento con una sociedad en donde las palabras: indio, longo, cholo, son usadas de manera despectiva.


Fotografía antigua de Quito que muestra los borrones de personas indígenas. Fotografía de José Domingo Laso.

Negar nuestra identidad y las raíces que compartimos por medio de un simple borrón sobre una fotografía. Conclusión que me llevó a un ensimismamiento acompañado de la frase: “¡Qué desagradable! La sociedad y sus prejuicios influyendo incluso en el oficio de un fotógrafo”. Acabando la oración, y aún con el ceño fruncido, inmediatamente se destensaron los músculos del rostro, para tomar una posición más relajada, pero no necesariamente menos trágica. Con los ojos abiertos como platos, vino a mi mente aquel viejo libro que muchos incautos llaman “La biblia de la arquitectura”. Aquel libro cuya imagen principal es una silueta aparentemente masculina que levanta un brazo que remata en una suerte de mano un tanto amorfa. “1.829” dice la cota que acompaña la silueta desde su base hasta la parte última de lo que representa una cabeza un poco menos amorfa que el miembro corporal antes referenciado.


Aunque muy seguramente resulta fácil adivinar, en favor de la fluidez y enmendando el enredado párrafo anterior, confirmo que se trata de El modulor. Sin necesidad de ser expertos en anatomía, es posible reconocer que se alude a las dimensiones de un hombre caucásico cuasi perfecto, muy alejado de lo comúnmente visto en nuestro contexto latinoamericano (o, al menos en el de quien aquí escribe). Este libro, en su afán por la estandarización de los espacios y la reducción de la diversidad poblacional a las medidas de un único individuo, tiene como consecuencia, un resultado similar al de los borrones, solamente diferenciado por los métodos aplicados.


Pero no podemos reducirnos simplemente a culpar al autor, de hecho, me atrevo a hacer de abogado del diablo y defender a Le Corbusier. Muy probablemente esta premisa te motive a arrojar lejos tu artefacto digital y empezar a ver memes, pero antes de que eso suceda, te invito a cuestionarte si no seremos nosotros realmente los culpables de reducir el entendimiento del ser humano al uso mecánico de este libro como si de una ley se tratase. Esto, a pesar de tener la plena consciencia de que definitivamente no toda la población está conformada por hombres de 1.829 metros de estatura.


Representación de El modulor. Realizado por Le Corbusier.

El modulor puede ser tomado como muestra de lo nocivo que resulta la generalización del ser humano, pero también puede dejarnos una gran lección. Seguir indagando en el tema hasta encontrar errores y descubrir qué es lo que realmente se adapta a nuestro contexto. Libros como este no deben ser ignorados, sino renovados por generaciones más conscientes de la época y de las realidades que el devenir del tiempo devela.

Si profundizamos más en materia de borrones, podremos descubrir que, a lo largo de nuestra historia, también hemos sido “borrados” de distintas maneras. Entre tantas podemos recordar la construcción de iglesias sobre los templos precolombinos; o también el menos antiguo, pero quizá igual de trágico, reemplazo voluntario del “amigo” por el “brother”. Por lo que resulta urgente evaluar el nivel de corruptibilidad en nuestra identidad y contrarrestar los inminentes peligros de la globalización a través del accionar diario. En materia de arquitectura, pocos métodos son más eficientes que la investigación y visibilización de quienes han optado por hacer de sus trabajos, testimonios de la sabiduría de nuestros antepasados.


Por ello, rescato la arquitectura hecha por y para Latinoamérica. Y cuando digo esto, no hago referencia a aquella arquitectura que Massad denomina “con cara de pobreza”, que maquilla sus edificaciones forzosamente con adobe y las acompañan con engorrosos discursos que parecen poemas. ¡No, de ninguna manera! (mis condolencias al 90% de la arquitectura joven del país, hoy no hablaremos de ustedes). Tampoco quiero dedicar este texto a dar más valor a los grandes maestros latinoamericanos que bien merecido tienen todos los benevolentes adjetivos que les adjudicamos. Puesto que hablar de estas leyendas, amerita imaginar al arquitecto en cuestión, con capa y calzoncillos por fuera del pantalón, como si de un superhéroe se tratase. Por lo que prefiero hablar de estudios de arquitectura que, a través de la elección de materiales y la disposición de espacios, dirigidos desde una lógica alejada del simple fachadismo, colocan en el presente, piezas determinantes para la conformación de este gran rompecabezas denominado identidad latinoamericana.


Representación gráfica del proyecto House Project in Monray. Realizado por Longhi Architects.

En el campo de la investigación, resalto todos los estudios realizados por Juvenal Baracco, en donde se busca la reconstrucción de las tradiciones peruanas con relación a la concepción de la ciudad. Mientras que, en el campo del diseño, destaco el trabajo de Longhi Architects, cuyos proyectos invitan a imaginar lo que habría sido la arquitectura inca si nunca hubiese sido colonizada. Así también, el trabajo de Frida Escobedo con su uso de materiales y texturas que reflejan la tradición mexicana. Y, quisiera finalmente mencionar, a gusto personal, el trabajo de Taller Síntesis, por su capacidad de adaptación a territorios imposibles, y, además, porque de uno de sus miembros, Farhid Maya, escuché en una charla la frase, “la arquitectura nacional no existe, realmente se trata de la arquitectura latinoamericana, la arquitectura que parte de la necesidad, mas no del lujo”.


Es probable que existan muchos y mejores exponentes latinoamericanos, pero no me considero un buen fabricante de listados. Prefiero concluir mis ejemplos con dicha frase, porque puedo aprovecharla para incentivar a que este artículo sirva de motivación para empezar a indagar en la materialización que nuestra identidad amerita. Obras que ignoren la exclusiva consideración de la armonía estética, para tomar en cuenta nuestras particularidades y, a partir de estas, lograr finalmente direccionar la búsqueda de nuestra identidad a través de la forma, el material y el espacio.


De esta manera, hemos de contribuir a la profesión, y dejaremos de replicar ciegamente modelos ajenos a nuestro contexto, que nos hacen parte del problema. No vaya a ser que al final del día, en nuestras obras, nos veamos obligados a borronear, como si de unos cuántos indígenas fotografiados se tratase, aquellas “imperfecciones” que hacen lucir a nuestras edificaciones, menos puras, regulares, y relucientes.


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