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CONJUNTOS CERRADOS: BARRERA Y ANULACIÓN DEL SER

Autor: Carlos David Arcos Jácome


SINOPSIS:


¿Estás dispuesto a abandonar tu identidad, y a aislarte del resto del mundo a cambio de una falsa idea de “seguridad” que aplaque tus miedos?

Mientras sigamos reconociendo a la vivienda como un producto perecedero regido por el consumo inconsciente y condicionado únicamente por el dinero, seguiremos rechazando la identidad misma, y manteniéndonos aislados del “otro”. Descubre en el presente artículo cómo ser parte de la solución y distinguirte de las lógicas urbanas que tanto daño han hecho a la ciudad.



CONTENIDO:


En el contexto de aislamiento en el que nos hallamos, muchos aún se ven afectados por las circunstancias, mientras que otros están cada vez más acostumbrados a esta “nueva” forma de vivir. Aislamiento que no obedece solo a una consigna dada por alguna autoridad, en relación a prolongar nuestra permanencia en casa, sino también, al sentimiento prioritario que estos días ha sido aprovechado en redes, televisión, y radio para generar tendencia: el miedo.


Este sentimiento cada vez más eficaz para llamar la atención, no es cosa del presente, pues existen grupos sociales que, dictados por su temor al mundo, se han aislado voluntariamente y en menor medida desde hace décadas. Me refiero a los conjuntos habitacionales, cuyas lógicas urbanas aíslan a quienes los habitan, generando problemáticas de distinta índole. Lamentablemente, el no pertenecer a uno de estos, no te exime de ser influenciado, sino todo lo contrario. Posiblemente, al ser parte del “afuera” te encuentras aún más afectado.


Más allá de los conceptos e investigaciones que respaldan este argumento, prefiero invitarte a realizar un ejercicio que muy posiblemente esté más relacionado a evocar una memoria, antes que, crear un escenario ficticio, pues seguramente te ha sucedido o lo has presenciado. Tú, caminando a lo largo de un callejón, sin más compañía que un muro de diez metros de un lado, y otro de igual o mayor altura del otro (posiblemente aderezado con un bonito cerco eléctrico como remate), avizoras a lo lejos una silueta que se acerca hacia ti, ¿qué harías? Seguramente apretar los dientes, cruzar a la vereda del otro lado, y poner cara de pocos amigos, esperando poder intimidar a aquel individuo del que definitivamente no tendrás escapatoria.


Contrariedades en Nairobi, Kenia. Parte de la serie “Unequal Scenes”. Fotografía de Johnny Miller. (https://unequalscenes.com/nairobi)

Si bien existen varias edificaciones que reúnen las características aludidas en el ejemplo, los conjuntos residenciales posiblemente sean las únicas en las que el muro no es obligatorio, sin embargo, está presente. Con este coloquial ejemplo se evidencia uno de los tantos daños y potenciales peligros que los conjuntos cerrados provocan en los habitantes de la ciudad. Dentro de las tantas características perjudiciales que esta disposición de viviendas aisladas comprende, existen dos que quiero destacar en esta ocasión: la posición política del conjunto respecto a su contexto, y la facultad de anular la identidad de quienes lo habitan.


Respecto a la primera, empleo las palabras de Aureli, quien señala que, a través de la forma, es posible exponer la posición política de la edificación en relación a lo que la rodea (entendiendo a la política según Hannah Arendt, como la relación entre individuos desarrollados en la polis). Es decir, a través de la forma, se aleja y diferencia de las características del contexto al que no quiere pertenecer, a la vez que se autodetermina y delimita a sí misma. En otras palabras: tú eres distinto a mí, por lo tanto, me opongo a parecerme a ti y hago mi mayor esfuerzo para diferenciarme de lo que tú eres. Es así que, a través de sus muros (límites), se expone una intención de distanciarse del mundo exterior y reconocer qué partes le corresponden y qué partes no.


De esta manera, los conjuntos cerrados llegan a convertirse en barreras que separan y dividen vecindarios. Lo cual, sumado al aprovechamiento mercantil del miedo, engendra una falsa idea de aislamiento que ofrece exclusividad y protección garantizada. Esto se materializa en la construcción de espacios mal llamados “públicos”, en los que, gracias al cascarón que los separa del exterior, se dan el lujo de diseñar espacios abiertos de características estéticas mucho mejores a las de los verdaderos espacios de libre uso, fortaleciendo así el consumo excluyente de los mismos.


Espacios recreativos contrastantes en La Malinche, México. Parte de la serie “Unequal Scenes”. Fotografía de Johnny Miller. (https://unequalscenes.com/mexico-city-df)

Igualmente, de forma similar a los conjuntos cerrados que surgen bajo esta lógica de segregación e inseguridad, se presentan otro tipo de distanciamientos voluntarios que se establecen posterior a la consolidación del barrio. Se trata de aquellas áreas que, disponiendo de espacios legítimamente públicos dentro de sus extensiones, sus habitantes, supuestamente bajo un sentido comunitario y de organización en favor de una buena causa, cierran las calles y contratan servicios privados de vigilancia para evitar visitas no deseadas. Lo cual, paradójicamente aumenta el valor del suelo al disponer de un barrio aparentemente más seguro.


Por otro lado, más allá de la diferenciación del “otro”, se puede encontrar la negación de la identidad de sus habitantes. Puesto que, sin darse cuenta, al adentrarse en un conjunto de viviendas comúnmente seriadas o de similares características, se pierden aquellas particularidades que sacan a relucir la diversidad de la población. Lo que se ve reducido únicamente a un color distinto de puerta o un simple número grabado sobre la misma. Aquel espacio sagrado que idealmente se adapta a quienes lo habitan, y con el paso del tiempo se transforma en testimonio latente de tantas historias, resulta simplificado a una fachada mínimamente diferenciada de las que la colindan.


Lamentablemente, al igual que cualquier otro objeto inserto en el capitalismo occidental que rige a la mayor parte del mundo, la vivienda también se ha transformado en objeto del consumo. De forma que, gracias al miedo (una de las estrategias de marketing más destacadas del mercado inmobiliario), se inició vendiendo este estilo de vida a los más pudientes, para finalmente abrirse camino a los estratos económicos menos favorecidos con la adición del dudosamente benévolo crédito bancario. Dando como resultado la producción industrial, cual fábrica, de casas seriadas como si de cualquier otro producto perecible se tratase.


Sin duda, el discurso del miedo es cada vez más compartido por las lógicas del mundo al que nos regimos, puesto que una persona con miedo es el cliente ideal del mercado capitalista. A quien le provocan temores, le surgen necesidades, y quien tiene necesidades, las solventa a través del consumo. Por ello, el miedo generalizado es fomentado por el protagonismo que le dan los medios de comunicación a los hechos de este tipo. Oportunidad bien aprovechada para vender algún producto que proporcione seguridad, o talvez un servicio de cámaras que permita mantener vigilado al mundo, o qué mejor, un espacio urbano que establezca límites para que el “otro” no tenga posibilidades de afectar un apático estilo de vida.


“House Heads”, La casa como identidad. Obra de Natham Hiemstra. (https://nathanhiemstra.com/house-heads/)

Lo que nos lleva a plantear una pregunta importante ¿Estás dispuesto a abandonar tu identidad, y a aislarte del resto del mundo a cambio de una falsa idea de “seguridad” que aplaque tus miedos?


La inseguridad siempre ha existido en la ciudad, pero los muros interiores y la vigilancia del otro, no son lo comúnmente visto en la historia de la misma. Pretendo con todo esto hacer consciente a quien lee, de que existieron alternativas opuestas al aislamiento, y que hoy aún siguen presentes a pesar del panorama adverso. Formas vinculadas a la vida en colectivo que ahora son cada vez más latentes, especialmente, en ciudades donde el consumo masivo del suelo las han transformado en monstruos de hormigón donde no cabe una edificación más. En un mundo donde cada vez hay menos espacios para la individualidad, el acto de compartir empieza a ser más que una simple elección personal, sino una de las mejores alternativas (posiblemente la única, en un futuro no tan lejano) para habitar dignamente.


Mientras sigamos reconociendo a la vivienda como un producto perecedero regido por el consumo inconsciente y condicionado únicamente por el dinero, seguiremos rechazando la identidad, y construyendo barreras físicas y mentales. Contrario a los hechos naturales de nuestra especie que, como seres sociales por excelencia, desde nuestros orígenes nos hemos agrupado al haber aprendido empíricamente que en manada somos más capaces de sobrevivir. Por ello, sirve este artículo de contribución a aquel sabio proverbio, “si quieres ir rápido ve solo, si quieres llegar lejos, ve acompañado”.


Nota: Este tema ha sido abordado gracias a las sugerencias brindadas por varios colegas en mi cuenta de Instagram. Si te gustaría que abordemos un tema en colaboración, puedes escribir en mi cuenta @carlos.d.arcos, o abajo en los comentarios.


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